¡Ni se te ocurra ir al psicólogo!

La idea generalizada de asistir a una sesión terapéutica es la de “estar locos”… cuando a alguien le sugieren ir, las respuestas no se dejan esperar: “no necesito un loquero” “yo puedo sólo con mis problemas” “no estoy loco” “para qué pagarle a alguien que está más disparatado que yo” entre otras…

Los que han ido por convicción o por invitación a una terapia, quizá se hayan dado cuenta de que la realidad es otra.

Lo que sucede en la terapia es que te vuelves más consciente de lo que sientes, de lo que piensas y de lo que haces. Descubres poco a poco los sentimientos, en lugar de responder me siento bien o mal, la terapia te permite responder con “me siento triste, alegre, enojado, inquieto”.

Empiezas a tomar la responsabilidad en tus actos y descubres que tu historia te hace repetir patrones de conducta. Empezarás a hablar en primera persona y a descubrir que en cada relación uno es responsable al 50%.

También te permite reflexionar y cuestionar tus pensamientos irracionales: “hay que trabajar duro” “todos los hombres terminan yéndose” “la vida es injusta”… ideas que escuchamos o vimos desde la infancia y que no necesariamente son válidas. Revisa tus pensamientos y distingue aquellos que incluyen un “tendrías” o “deberías” que seguramente nunca los has cuestionado y empieza a cambiar esas 2 palabras por un “quiero”.

Hacer una revisión de las heridas de la infancia es tema principal en consultorio, que en muchos casos el tenerlas olvidadas no significa que no impacten en la vida actual. Reconocemos gracias a la terapia cual es la herida básica: el rechazo, el abandono, la injusticia, la traición o la humillación. Así como también las máscaras o personajes que hemos creado para no verlas ni sentirlas. Reflexiona sobre lo que más te molesta que te hagan las otras personas y he ahí tu herida (que te dejen plantad@, que te mientan, que te dejen en ridículo, etc).

Igual descubrimos los juegos infantiles que establecemos en la pareja, el trabajo, la sexualidad, los amigos… por ejemplo: darle lo que gano a la pareja y esperar que me de mi mesada como lo hacían mis padres. O exigirle que me quiera y me cuide sustituyendo lo que mi madre no hizo.

Encontramos las lealtades invisibles y reconocemos los acuerdos no conscientes que establecimos con nuestra familia: “mamá te prometo no triunfar como tú lo hiciste” “papá te prometo ser alcohólico como tú lo fuiste” “queridas mujeres de mi familia yo odiare igual que ustedes a todos los hombres”… y aunque suena sencillo es echarse un clavado en el árbol genealógico.

Reconocer nuestros recursos es una de las ventajas de estar en el proceso terapéutico. Usualmente la autoestima es el pan de cada día y aunque todos somos TODO (inteligentes, creativos, amorosos, carismáticos) la relación de ayuda permite ir reconociendo y asumiendo las virtudes, los talentos, las habilidades. Hay una técnica que me gusta; yo la bautice como la carta sanadora… le pides a 10 personas que te escriban una carta que hable sólo de tus habilidades, virtudes o cualidades. Deben entregarla en sobre cerrado y la labor del terapeuta es leerlas una a una. Sonrisas, lágrimas, euforia, cambio de postura corporal han sido los resultados de esta actividad, por mencionar algunos.

Otra experiencia terapéutica es reconocer las dimensiones del ser humano: emocional, física, económica, pareja, laboral, sexual, familiar, social, empresarial y recreativa. Te invito a hacer una reflexión sobre el grado de satisfacción (del 0 a 10) en cada área. Verás que al hacerlo te sentirás con mayor claridad y te ayudará a determinar tus metas en cada aspecto.

Un tema recurrente en la terapia es el APEGO: consiste en tener una relación (a veces no sana) con personas, cosas o situaciones; entendiendo como cosas el cigarro, alcohol, carbohidratos, etc. Y como situaciones, apego a la velocidad, al peligro, al dolor. Al descubrir los síntomas del apego o codependencia, los hacemos consciente y generamos un cambio.

Al final la terapia nos permite vivir una vida plena en el presente; no en el pasado porque eso se llama tristeza ni tampoco en el futuro pues eso se denomina ansiedad. Verás que ir al psicólogo va más allá de tener un trastorno mental. Deseo que estas líneas te animen a iniciar un proceso terapéutico y si estas en uno o has estado, ojalá nos ayudes a compartir tu experiencia dejando un comentario.

“Si inspiro a los otros a revisarse así mismos, contribuyo para hacer un mejor mundo”…

¡Queremos que estés mejor!